Era feliz, aunque estaba triste. Aquella noche de primavera decorada con una ligera llovizna la encontraba más guapa que nunca. Su pelo proyectaba una sedosa luminosidad y sus ojos... ¡qué decir de aquellos enormes ojos negros!
Todo le sonaba a primera vez y, sin embargo, le hubiera encantado parar el tiempo en aquel preciso instante. No quiero que te vayas, susurró escondiendo la mirada en su plato. Son sólo unos cuantos días, respetó ella con seguridad y aplomo.
No le gustaba hablar de presentimientos, pero un nudo en la garganta no le dejó disfrutar de la cena. Sus labios pronunciaron varios te quiero de forma íntima para que ella, sentada en la silla de madera justo enfrente, no notara su preocupación. No te vayas, volvió a decir de forma casi suplicante. Ella le miró seria, en una mezcla de ignorancia y compasión. Los días se pasan volando, dijo al fin.
Le cogió la mano y le acarició el brazo con la punta de los dedos a la vez que un suspiro de resignación cortaba el aire. Sólo tenía ganas de tocarla, besarla y abrazarla. No soltarla nunca De forma sincera se dijo a sí mismo: la quiero. Todo era perfecto.
Pero aquella maldita sensación de despedida para siempre le mantenía intranquilo y el nudo que le apretaba el gaznate le bajó al estómago. Quería quedarse con aquel segundo. Con aquella imagen. Con ella.
Tras un corto paseo hasta llegar a su casa, un apasionado beso como el de Clark Gable y Grace Kelly en Mogambo, y un cálido abrazo, bajaron el telón de aquella húmeda noche. Ya desde el asiento de su coche, y sin dejarla de mirar, levantó la mano de forma tímida, aunque sus entrañas proyectaban gritos de impotencia mientras la puerta del ascensor se cerraba de una manera agónica.
Por su mejilla entonces sintió un cosquilleo húmedo que desapareció cuando se pasó la mano por la cara. Quería llorar. Y lo hizo. ¿Por qué no has insistido más? ¿Por qué no has impedido que se vaya? ¿Por qué esa sensación de nostalgia que te recorre el cuerpo no te deja respirar? En ese momento lo comprendió todo. El sonido de un claxon lejano le despertó y dos enormes focos le despertaron. Y entonces, la vio por última vez. Era una húmeda noche de primavera.
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