Se queja mi amiga Jiménez, la cantante María no, la ministra Trinidad, de que su visita a Egipto ha sido demasiado sosa, que había muy poca gente. Que ella lo que se esperaba era un Ibiza en pleno mes de julio y se ha encontrado con un Alcabradejo del Monte en diciembre, es decir, ni Dios. O lo mismo su desencanto se debe al darse cuenta de que los egipcios no andan de lado. Vaya usted a saber.
Y es que parece ser que a nuestra queridísima ministra de asuntos exteriores le va la marcha. Y si no pregúntenle a Zapatero, que primero la intentó meter con calzador como líder de los socialistas madrileños y ahora la regala un sueldo de ministra. ¡Casi ná! Sólo le falta ponerle un piso en la Gran Vía, aunque si yo fuera la buena de Sonsoles buscaría entre los cajones de la Moncloa cualquier papel sospechoso marcado con el sello de algún notario.
Bueno a lo que iba. Que estos egipcios son unos desconsiderados. Que en una visita oficial del excelentísimo y reputado gobierno español no ha habido ni un pasacalles, ni unos canapés, ni unos bailes en la plaza ni ná de ná. En vez de todo eso están guardando luto a sus hermanos, maridos e hijos que han muerto luchando para intentar que Egipto se parezca un poco a nuestro país. Y no me refiero a un pozo podrido de analfabetos y ladrones, sino a una democracia moderna que fue capaz de sepultar una dictadura.
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