¡Pero cuánta tontería y estupidez colman nuestras vidas! Ahora la cosa va de ecologismo. El efecto invernadero, el calentamiento global o como carajo quieran ustedes llamarlo ha entrado en nuestra rutina con un presentimiento apocalíptico.
Ahora resulta que si en verano hace calor, mal rollo. Si en invierno hace frío, ojito que ya lo avisé. Si en otoño se caen las hojas, nuestros árboles se quedan calvos por la radiación. Fin del mundo, se cierra el negocio, a tomar por saco.
Los medios de comunicación no ayudan en este aspecto, llenando las pantallas con un terror ecologista que, sumado a la ignorancia o la desinformación, pueden causar un cóctel molotov que arruine los circuitos de las mentes más precarias. Todos los años por estas fechas aparecen noticias referentes al estrés térmico que sufre nuestro planeta: "Éste será un verano más cálido de lo habitual". "Se han registrado las temperaturas más altas de los últimos ciento cincuenta años". Y digo yo, si ya hace ciento cincuenta años ya soportamos esas temperaturas, ¿por qué ahora nos extrañamos?
A lo que antes se llamaba calor de cojones, ahora se llama calentamiento global, aunque yo personalmente lo llamaría estupidez e ignorancia. O caradurismo y sinvergüencería, rasgos de los cuatro jinetes del Apocalipsis político y económico en el que vivimos, que sí pueden llegar a terminar con el mundo. Porque como ustedes saben, todo en esta vida es cíclico, aunque mucho me temo que hemos entrado en un bucle de oscurantismo y analfabetismo del que nos va a costar salir.
Porque nos creemos todo aquello que nos cuenta el famoso propulsor del cataclismo climático, el señor Al Gore. El mismo que fue vicepresidente del país más poderoso y a la vez contaminante existente en la madre Tierra. El mismo que ha visto cómo su fortuna se multiplicaba por cincuenta desde que se pasea por las universidades alardeando del reciclaje y el ahorro energético. Y por supuesto, el mismo hijo de la gran puta que tiene una casa de 930 metros cuadrados y que gasta veinte veces más energía que una familia media americana, que por cierto son iguales de gilipollas y paletos que su compatriota.
Que oye, si eso no traspasara fronteras, al menda se la refanfinflaría, pero da la casualidad que aquí también hemos puesto el culo, y van taitantas y las que nos quedan, a la causa ecologista. Y ojo, que no hablo de ir en contra del medio ambiente, ni mucho menos. De lo que hablo es de una absurdez y un populismo de mercadillo que nos hace creer que los que realmente pueden tomar medidas para proteger nuestro bien más preciado, se lo pasan por el arco del triunfo. Desde los que protegen y fomentan las energías prehistóricas basadas en la explotación de los recursos naturales del planeta, hasta los que hacen la vista gorda o miran hacia otro lado con la pesca ilegal y la deforestación.
Eso sí, cuidado con mezclar el brick de leche con el envase del champú o con no usar la mierdecilla de la bolsa biodegradable, será porque se biodegradan a partir de llenarlas con cien gramos de peso, que por cierto, encima nos cuesta pasta.
Así que, señores defensores del cambio climático, afiliados a Greengilipollecespeace y parientes y muertos de Al Gore aqui los espero, con mi compra por el suelo y echada a perder porque la bolsita biodegradable que he pagado ha decidido biodegradarse. Hijos de puta, pienso recogiendo trocitos de cristal del suelo de mi bote de Nocilla. Hijos de la gran puta.